Después de estos años desplazándome por América Latina, este verano apetece Barcelona. Viajo sin maletas ni pasaporte, es otra manera de viajar.
Quizá viajar es una manera de huir de nosotros mismos y reconocer aquello que manteníamos oculto o quizá descubrimos nuevos valores y perdemos otros en el camino. Huimos sin ser conscientes de que todo lo llevamos por dentro. Quién sabe… Siempre pensé que el viaje es una manera de conocerse a sí mismo.
Nos transformamos un poquito.
Insinúo esos viajes que estimulan a deslizar la mirada, curiosa, por todos lo rincones habidos y por haber, explorando esos ángulos que se perpetúan en tierras de nadie. Salen a flote inseguridades, fortalezas y posibilidades ignoradas.
Desplazarse, conocer, descubrir y vivir en otros lugares. Personas que durante un período de nuestras vidas -horas, días, meses o años- se convierten en nuestra familia. Amig@s, amantes, herman@s, madres y padres. Compartir conversaciones en las cuales nos gustaría cambiar el mundo.
Atravesamos fronteras y nos damos cuenta que esas fronteras que apenas se pueden ver, son las más reveladoras, las que se manifiestan en el cotidiano. En el viaje, en aquel lugar, en el no-lugar, en nuestra casa. Y es que creo que las fronteras culturales, las psicológicas, las invisibles, son las más complejas.
Cruzar fronteras nos incita a traspasar nuestros propios miedos y transitar entre los límites, ¿acaso impuestos por nosotros mismos?
Es tan reconfortante sentirse como en casa cuando no estamos en ella. Permanecemos desprendidos en el aire, capturados por un leve hilo que nos provoca nuestra vuelta a la tierra. Todo se transforma a nuestro alrededor porque somos nosotros los que le damos sentido y es nuestro sentido el que guía nuestras propias vidas.
Tal como manifestó Marcel Proust “Viajamos no para cambiar de lugar sino para cambiar de ideas”. Tal vez nos sentimos extraños cuando volvemos a nuestras casas, aunque el verdadero viajero jamás vuelve. Vuelve y se va, porque el tren del viajero jamás se detiene.
A veces es necesario fugarse, perderse un poco, alejarse… Hay humanos que no lo necesitan, otros no sabemos vivir sin explorar más allá... No es imprescindible tomar un avión y traspasar el océano, el nomadismo se vive día tras día.
Por el momento sigo desplazándome, esta vez no hay tierras extranjeras ni lejanos horizontes por descubrir. Ahora quizá sea yo un poco más extranjera.
Quizá viajar es una manera de huir de nosotros mismos y reconocer aquello que manteníamos oculto o quizá descubrimos nuevos valores y perdemos otros en el camino. Huimos sin ser conscientes de que todo lo llevamos por dentro. Quién sabe… Siempre pensé que el viaje es una manera de conocerse a sí mismo.
Nos transformamos un poquito.
Insinúo esos viajes que estimulan a deslizar la mirada, curiosa, por todos lo rincones habidos y por haber, explorando esos ángulos que se perpetúan en tierras de nadie. Salen a flote inseguridades, fortalezas y posibilidades ignoradas.
Desplazarse, conocer, descubrir y vivir en otros lugares. Personas que durante un período de nuestras vidas -horas, días, meses o años- se convierten en nuestra familia. Amig@s, amantes, herman@s, madres y padres. Compartir conversaciones en las cuales nos gustaría cambiar el mundo.
Atravesamos fronteras y nos damos cuenta que esas fronteras que apenas se pueden ver, son las más reveladoras, las que se manifiestan en el cotidiano. En el viaje, en aquel lugar, en el no-lugar, en nuestra casa. Y es que creo que las fronteras culturales, las psicológicas, las invisibles, son las más complejas.
Cruzar fronteras nos incita a traspasar nuestros propios miedos y transitar entre los límites, ¿acaso impuestos por nosotros mismos?
Es tan reconfortante sentirse como en casa cuando no estamos en ella. Permanecemos desprendidos en el aire, capturados por un leve hilo que nos provoca nuestra vuelta a la tierra. Todo se transforma a nuestro alrededor porque somos nosotros los que le damos sentido y es nuestro sentido el que guía nuestras propias vidas.
Tal como manifestó Marcel Proust “Viajamos no para cambiar de lugar sino para cambiar de ideas”. Tal vez nos sentimos extraños cuando volvemos a nuestras casas, aunque el verdadero viajero jamás vuelve. Vuelve y se va, porque el tren del viajero jamás se detiene.
A veces es necesario fugarse, perderse un poco, alejarse… Hay humanos que no lo necesitan, otros no sabemos vivir sin explorar más allá... No es imprescindible tomar un avión y traspasar el océano, el nomadismo se vive día tras día.
Por el momento sigo desplazándome, esta vez no hay tierras extranjeras ni lejanos horizontes por descubrir. Ahora quizá sea yo un poco más extranjera.