A las 18h nos dirigimos a la Avenida Colón con La Cañada, el lugar de inicio de la marcha. Una gran cantidad de personas se está concentrando allá. Antes de arribar me percato que las calles, alejadas del lugar de concentración, están desiertas. Dos semanas atrás, el 24 de marzo fue declarado feriado. Hecho que puede provocar un sinfín de discusiones. ¿Es necesario declarar feriado un día que los argentinos jamás olvidaran? Convengamos que el gobierno pretende erigir este día sobre un pedestal repleto de connotaciones simbólicas? O intereses políticos? Creo que la memoria no se esfumará en el aire porque no sea declarado feriado. De todas maneras, no deja de sorprenderme ver una gran cantidad de estudiantes haciendo cola para comprar pasajes, en la boletería que está al lado de mi casa, durante los días previos al viernes 24. No pretendo juzgar, ni posicionarme, creo que no me corresponde, pero sí lanzar interrogantes al aire y reflexionar sobre lo que mis ojos y mis oídos registran constantemente.
El día 24 de marzo me levanto a las 10h y no salgo de casa hasta las 18h, escucho radio nacional y me empapo de una gran cantidad de noticias, datos históricos y reflexiones sobre el golpe militar de 1976. De vez en cuando miro por la ventana y atisbo en algunos edificios que están construyendo en Nueva Córdoba, fruto de una contundente especulación inmobiliaria, obreros trabajando. Parece ser que a ellos no les ha tocado el feriado.
Es la primera vez que voy a una marcha en Argentina. Es increíble la cantidad de gente que hay, las “madres” y “abuelas” de Plaza de Mayo, seguidas por los “hijos”, encabezan la marcha. Fotografías de los desaparecidos, con nombres y apellidos, se suceden las unas a las otras. Retratos avasalladores, reclamando ser resucitados. No faltan acciones artísticas, como las personas disfrazadas de monjas, empresarios y periodistas alzando carteles que rezan: “Soy cómplice”. Cabinas telefónicas están plagadas de carteles del Partido de los Trabajadores Socialistas: “Hace 30 años el empresario también llamó al golpe militar. Los mismos que hoy hacen superganancias y hunden el salario”. Mientras que al lado de una de estas cabinas, varias personas están tomando el café con leche con medias lunas, en un bar luminoso, viendo pasar a la gente.
Voy de un lado para otro, me pierdo varias veces y me encuentro con amigos y conocidos a lo largo de toda la marcha. Decido subir por las escaleras de la entrada a la Facultad de Ciencias, donde me encuentro casualmente con un amigo que me hace un lugar para poder registrar fotográficamente la marcha. Al menos tengo una vista semi-aérea. Pancartas y enormes banderas de partidos y movimientos políticos, asociaciones humanitarias, facultades, se entrelazan aparentemente. Sin embargo, el quiebre entre unos y otros permanece latente en la atmósfera. Argentina está fragmentada. Ideologías políticas de diversas vertientes, a menudo inventadas de la nada y/o fisuradas bruscamente, nutren esta Argentina que sufrió el mayor genocidio de su historia. El golpe militar encabezado por Videla arrasó salvajemente la vida humana y la libertad a existir.
Argentina sigue fragmentada y en fechas como ésta, hay quién siempre se aprovecha políticamente de la situación, como ocurrió en la marcha en Buenos Aires, cuando se leyó el discurso final con violentas acusaciones al gobierno actual, sin haber contado con el consentimiento ni el apoyo de las Abuelas y Madres de la Plaza de Mayo. Éstas empezaron a retirarse. También ocurrieron otros incidentes. La marcha representa la lucha contra un día atroz para Argentina, el inicio de una dictadura vestida de sangre, la marcha no es violencia, la marcha es dolor.
Pasos sufridos, gritos sobresaltados, llantos silenciosos, palabras y más palabras resuenan en el espacio. En mi piel se precipitan súbitos escalofríos. Unas 20.000 personas aproximadamente marchan exigiendo justicia y se manifiestan contra la impunidad. Me estremezco ante semejante multitud, ardiente por condenar y desgarrar a los culpables. Impotencia y desesperación de los familiares de los desaparecidos por no saber donde están, donde descansan sus restos. Angustia penumbrosa atravesada por revolucionarios mástiles en defensa de los derechos humanos.
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Dos días antes de la marcha fui a ver el documental “El último confín” de Pablo Ratto, donde se plasma el valioso trabajo que está haciendo el Equipo Argentino de Antropología Forense. Con la finalidad de identificar a los enterrados y retornarlos a sus seres queridos, el EAAF está trabajando en la exhumación de una fosa común en el Cementerio de San Vicente, donde fueron depositados los restos de las víctimas.
Los desaparecidos permanecerán eternamente en la memoria, sin embargo “el saber” del destino de sus restos y la recuperación de los mismos, despierta una calma y un alivio existencial. En cierta manera, están más cerca de ellos, aunque la injusticia fue, y seguirá siendo, y la cruel atrocidad vivirá en la memoria de Argentina.
Soy una extranjera en este país. No obstante, el hecho de vivir transitoriamente en Argentina provoca una drástica incursión en las venas del país, en su historia y quiebres viscerales. Aún existe mucha gente que trabaja y lucha ante la desesperanza de las adversidades mundiales. Los familiares de los desaparecidos nunca perderán la esperanza.
Nunca hay que perder la esperanza. Construir, re-construir, denunciar, tomar conciencia, luchar, defender la libertad, la identidad... cada uno desde su diminuta parcela, en la medida de sus posibilidades, con lo que pueda.
El día 24 de marzo me levanto a las 10h y no salgo de casa hasta las 18h, escucho radio nacional y me empapo de una gran cantidad de noticias, datos históricos y reflexiones sobre el golpe militar de 1976. De vez en cuando miro por la ventana y atisbo en algunos edificios que están construyendo en Nueva Córdoba, fruto de una contundente especulación inmobiliaria, obreros trabajando. Parece ser que a ellos no les ha tocado el feriado.
Es la primera vez que voy a una marcha en Argentina. Es increíble la cantidad de gente que hay, las “madres” y “abuelas” de Plaza de Mayo, seguidas por los “hijos”, encabezan la marcha. Fotografías de los desaparecidos, con nombres y apellidos, se suceden las unas a las otras. Retratos avasalladores, reclamando ser resucitados. No faltan acciones artísticas, como las personas disfrazadas de monjas, empresarios y periodistas alzando carteles que rezan: “Soy cómplice”. Cabinas telefónicas están plagadas de carteles del Partido de los Trabajadores Socialistas: “Hace 30 años el empresario también llamó al golpe militar. Los mismos que hoy hacen superganancias y hunden el salario”. Mientras que al lado de una de estas cabinas, varias personas están tomando el café con leche con medias lunas, en un bar luminoso, viendo pasar a la gente.
Voy de un lado para otro, me pierdo varias veces y me encuentro con amigos y conocidos a lo largo de toda la marcha. Decido subir por las escaleras de la entrada a la Facultad de Ciencias, donde me encuentro casualmente con un amigo que me hace un lugar para poder registrar fotográficamente la marcha. Al menos tengo una vista semi-aérea. Pancartas y enormes banderas de partidos y movimientos políticos, asociaciones humanitarias, facultades, se entrelazan aparentemente. Sin embargo, el quiebre entre unos y otros permanece latente en la atmósfera. Argentina está fragmentada. Ideologías políticas de diversas vertientes, a menudo inventadas de la nada y/o fisuradas bruscamente, nutren esta Argentina que sufrió el mayor genocidio de su historia. El golpe militar encabezado por Videla arrasó salvajemente la vida humana y la libertad a existir.
Argentina sigue fragmentada y en fechas como ésta, hay quién siempre se aprovecha políticamente de la situación, como ocurrió en la marcha en Buenos Aires, cuando se leyó el discurso final con violentas acusaciones al gobierno actual, sin haber contado con el consentimiento ni el apoyo de las Abuelas y Madres de la Plaza de Mayo. Éstas empezaron a retirarse. También ocurrieron otros incidentes. La marcha representa la lucha contra un día atroz para Argentina, el inicio de una dictadura vestida de sangre, la marcha no es violencia, la marcha es dolor.
Pasos sufridos, gritos sobresaltados, llantos silenciosos, palabras y más palabras resuenan en el espacio. En mi piel se precipitan súbitos escalofríos. Unas 20.000 personas aproximadamente marchan exigiendo justicia y se manifiestan contra la impunidad. Me estremezco ante semejante multitud, ardiente por condenar y desgarrar a los culpables. Impotencia y desesperación de los familiares de los desaparecidos por no saber donde están, donde descansan sus restos. Angustia penumbrosa atravesada por revolucionarios mástiles en defensa de los derechos humanos.
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Dos días antes de la marcha fui a ver el documental “El último confín” de Pablo Ratto, donde se plasma el valioso trabajo que está haciendo el Equipo Argentino de Antropología Forense. Con la finalidad de identificar a los enterrados y retornarlos a sus seres queridos, el EAAF está trabajando en la exhumación de una fosa común en el Cementerio de San Vicente, donde fueron depositados los restos de las víctimas.
Los desaparecidos permanecerán eternamente en la memoria, sin embargo “el saber” del destino de sus restos y la recuperación de los mismos, despierta una calma y un alivio existencial. En cierta manera, están más cerca de ellos, aunque la injusticia fue, y seguirá siendo, y la cruel atrocidad vivirá en la memoria de Argentina.
Soy una extranjera en este país. No obstante, el hecho de vivir transitoriamente en Argentina provoca una drástica incursión en las venas del país, en su historia y quiebres viscerales. Aún existe mucha gente que trabaja y lucha ante la desesperanza de las adversidades mundiales. Los familiares de los desaparecidos nunca perderán la esperanza.
Nunca hay que perder la esperanza. Construir, re-construir, denunciar, tomar conciencia, luchar, defender la libertad, la identidad... cada uno desde su diminuta parcela, en la medida de sus posibilidades, con lo que pueda.
Marzo 2006
Córdoba, Argentina
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