Edith (visita a la cárcel de mujeres de Quito)

Antes de arribar a Quito, ya tenía la intención de visitar la cárcel de mujeres. Los días de visita son los miércoles y los sábados por la mañana. Mi necesidad de ir más allá de la simple superficie embellecida únicamente para los extranjeros, de despellejar las numerosas capas del país y de conocer todo lo que pueda contribuir a la formación de mi pensamiento y experiencia provocan que mis viajes no sean vacaciones, entendidas en el sentido convencional.

Decido visitar una cárcel por primera vez en mi vida.

En varios países permiten visitas a las cárceles, se puede conversar con los presos, se les lleva tabaco, alimentos, ropa. ¡Y claro!, no todos los presos son lacras de la sociedad, las cárceles forman parte de la lógica de este mundo infame.

Un amigo de Quito, Patricio, ya había llamado a la Casa de la Mujer para consultar sobre las visitas y le dijeron que no había ningún inconveniente. No obstante, la misma mañana antes de ir, decido hacer una llamada. Es un miércoles.

Me atiende una chica que me dice que es necesario dar un nombre en la entrada, es decir, tengo que visitar una presa, no puedo ir libremente. Obviamente, yo no conozco a nadie. Le digo que soy española que simplemente tengo interés en visitar y ver el funcionamiento interno de la cárcel. Después de una breve conversación, la chica me dice: “Yo soy interna. Si quieres da mi nombre en la entrada y te atiendo. Me llamo Edith Delgado”.

Una hora después estoy en la cola para entrar a la cárcel. Conozco a Inka, una alemana que está trabajando de voluntaria, conversamos mientras esperamos nuestro turno. Entro con ella. En una ventanilla, dejo mi pasaporte. Paso a la oficina de al lado, chequean mi bolso, mi billetera. No se percatan de la cámara de fotos. Tantean mi cuerpo como en los aeropuertos. Seguimos con Inka hacia la primera puerta blindada, nos ponen un sello en el brazo, seguimos hasta la segunda puerta blindada, nos ponen otro sello en el brazo. Entramos.

Un largo pasillo enmarcado por dos altísimos edificios es la primera imagen. Mujeres sentadas en los bancos esperando, paseando de un lado a otro, conversando con sus esposos, hijos, amigos. Mujeres que me observan indiferentes. Mujeres que me observan detenidamente. Ruido, gritos, caos.

Una mujer negra, gigante, de mirada agresiva y, contradictoriamente, con una cierta candidez, me pregunta a quién busco. Le contesto: Edith Delgado. Me dice que la va a buscar. Esta mujer, interna también, se dedica a buscar a gritos a las presas en los días de visitas. Es su trabajo durante los días de visita. Empieza a gritar a los cuatro vientos: ¡Edith!!, ¡Edith!!. De mientras yo estoy con Inka que conoce a varias de las presas. Me presenta a una chica sudafricana, con quién conversamos brevemente. Está presa por narcotráfico, como la mayoría, y me cuenta que en este país “es más fácil matar a alguien que traficar con drogas. Por asesinato te caen menos años.” No entiendo cuál es el criterio, aunque si tuviéramos que empezar a analizar la lógica del Estado, nos perderíamos en el camino de la contradicción, es inexistente. La chica sudafricana tiene un rostro amargo, unos hermosos ojos azules parecieran que están perdiendo vida, como si estuviera resignada a todo y todos. Sin embargo, conversa con nosotras de manera amigable.

Mientras estamos conversando, la mujer gigante se acerca varias veces para decirme que no la encuentra pero que sigue buscando, es divertida. Dentro de estas desgracias infames siempre hay lugar para lo bizarro, disfrazado de pinceladas cómicas. Finalmente me dice que Edith está en el despacho del director, justo al lado de la entrada a la cárcel. Le doy los 50 centavos por su tarea. Me despido de Inka y salgo otra vez por la puerta blindada buscando a Edith.

Llego a las oficinas, pregunto a varias personas y me indican quién es Edith. Está de espaldas a la puerta, sentada frente a la mesa del director. La puerta está entreabierta, doy unos golpecitos, se gira y está llorando. Le pido disculpas. Me dice que espere un momento que ya sale. En esos momentos entra el director. Me alejo de la oficina, me siento en un banquito en la entrada. Me voy sintiendo pequeñita, pequeñita, me siento fuera de lugar, con deseos de encontrar un sentido a este encuentro, pero ¿qué estoy haciendo aquí?.

Después de diez minutos de espera, sale Edith con lágrimas en los ojos, le digo que si no es un buen momento me voy, me dice que no, que me quede, le pregunto si puedo ayudar en algo y me explica la razón de su tristeza. Le han denegado la libertad condicional.

Edith tiene 28 años, como yo, pero parece mucho mayor. Tiene el cabello negro y largo, un rostro duro con las facciones muy bien marcadas. Su presencia es imponente, desprende fuerza y me atrevería a decir autoridad, siendo que estamos en una cárcel de mujeres y ella es una interna. El rostro de Edith está inundado de lágrimas, sin embargo, no pierde la constancia y la lucha por sus derechos, la energía que tanto la caracteriza, según percibo y corroboro después.

Edith fue condenada a 9 años de prisión por narcotráfico. Hace 4 años que su vida transcurre en la cárcel, que no puede pasear a la luz del sol, que no disfruta de una cerveza con sus amigos, que no puede tomar un colectivo como si fuera algo cotidiano en su vida, ni comprar el pan en la tienda de la esquina, ni atender en el paso de peatones hasta que el semáforo se ponga verde. Por simple que parezca, no puede hacerlo.

Gran parte de mi visita transcurre en su habitación, donde charlamos, me cuenta sobre la vida en la cárcel, me enseña fotos, me explica el proceso que ha seguido para intentar que le concedan la libertad condicional, en vano. Para mi sorpresa, me dice que hay muchas presas extranjeras (brasileras, argentinas, sudafricanas, españolas, etc...), hay una catalana, a quién finalmente no alcanzo a conocer. Todas ellas están presas por narcotráfico. También conozco a Ingrid, su compañera de habitación. Ingrid se intentó suicidar el día anterior y está estirada convaleciente en la cama. Ingrid hace 3 años que está en la cárcel y "todavía" no han sentenciado su condena.
No sé cuál es el rostro de una persona dopada y que se ha intentado suicidar, pero el rostro de Ingrid es realmente fantasmagórico. Como si estuviera a punto de inyectarse heroína. Aún así, intenta sonreír cuando me ve, y participar en la conversación cuando sus fuerzas se lo permiten e incluso despliega alguna carcajada en algún momento divertido.

La habitación de Edith e Ingrid es muy pequeña pero acogedora, no parece una celda común, los colores azul y amarillo resaltan unas tremendas ganas de vivir, una eterna explosión de energía contenida.

Convengamos que Edith es la "interna ideal". Tiene una ejemplar conducta, estudia psicología en la universidad a distancia, coordina el taller de costura, le permiten tener ordenador y móvil. Y le han denegado la libertad condicional, aludiendo al informe psicológico. Goza de cierta “libertad” en la cárcel, y a los ojos de otras internas, son demasiadas concesiones. Ahora entiendo porqué ella atendió el teléfono. Sin embargo, Edith se lo ha ganado a pulso, desde su ingreso en la cárcel ha luchado por su rehabilitación. Edith es una mujer de fuerte carácter, sensible, entrañable. Me da la sensación que es de esas personas que puede ser una amiga encantadora y totalmente entregada, y, al mismo tiempo, una enemiga temerosa. Por todas estas razones, despierta pasiones y odio entre el resto de las internas.

En ningún momento de la conversación me explica cómo fue su detención, ni la cantidad de droga que traficaba, ni nada que tenga que ver con su vida pasada. Yo tampoco le pregunto, no me interesa. He conocido a la nueva Edith y no me interesa su pasado.

Hacemos una breve visita a las instalaciones, visitamos los talleres (de costura, reciclaje...) y la biblioteca. Pasamos por varios lugares donde “el regetón” (la música popular) es el protagonista y esos espacios de tránsito terminan convirtiéndose en diminutos bares donde disfrutan las presas con sus parejas durante los días de visita. Finalmente nos dirigimos a la salida donde recupero mi pasaporte. Un inmenso y sentido abrazo se apodera de mí cuando me despido de Edith. Vamos a seguir en contacto, nos intercambiamos los teléfonos y los correos electrónicos. Salgo del recinto con extrañas sensaciones dispares. Me voy caminando por la calle para buscar el colectivo de vuelta al hostal. Camino por la calle y observo sin más a los transeúntes. Edith volverá a su habitación azul y amarilla con rejas en las ventanas y de vez en cuando podrá deleitarse contemplando un amanecer con fisuras. Para mí ese día no ha sido únicamente la visita a la cárcel, sino el encuentro con Edith.

Nada es por casualidad. Edith me atendió el teléfono.
Enero 2005
Ecuador

5 comentarios:

Anónimo dijo...

He conocido la cárcel de mujeres de Quito bastante bien. Sinceramente pienso que una sola visita, por interesante que haya sido, no te ha dado una impresión verdadera de la situación. Con respecto a varias personas que mencionas... también las conocí. Creeme, la situación no es fácil pero tampoco tan clara y sencilla como te pareció.

Anónimo dijo...

tienes razón, sé que con una simple visita no puedo ahondar en la estructura interna de la cárcel, pero no pretendo hacer ningún análisis, simplemente son impresiones que plasmo sobre papel según mi experiencia personal. soy consciente que todo es mucho más complicado, no es la primera vez que me encuentro con situaciones medio turbias y la simpleza digamos que no es una de sus características..

esta experiencia no se quedó en esta bitácora, ha ido más allá...

por otro lado el tema de las cárceles de mujeres me interesa mucho (incursioné en varias cárceles en américa latina), según me cuentas, conoces muy bien la cárcel de quito, no sé quién eres pero me gustaría conocerte, si quieres, aunque sea vía email para conversar sobre algunas cosas... por favor si me puedes escribir a: mireiacirera@yahoo.es te estaría muy agradecida

Anónimo dijo...

Te felicito por hacer ese encuentro algo maravilloso uno piensa que se puede llegar a un destino cruzando millones de obstaculos, pero no es eso el sentido es percibir la realidad no cruel de cada persona sino su sentir de vida de pasion en las cosas que haga que es lo que vas a llevar en tu corazon

Anónimo dijo...

creo que muchas mujeres necesitan una oportunidad , se lo q es cua do uno esta injustamente encerrado.

Anónimo dijo...

Espero q alguien me ayude necesito averiguar si mi hna menor Claudia Caicedo Granda se encuentra detenida en la cárcel de quito. No sabemos nada de ella hace años y por un mns de auxilio entendimos q se encuentra supuestamente allá. Gracias por la ayuda mi correo accaicedog@hotmail.com