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Hay un lugar donde el viajero jamás llega. Es la necesidad de alcanzar lo inalcanzable. De rozar con los dedos de la mano aquello que se escapa. De salir de los propios límites sin anhelar volver a ellos. Y es que los límites huyen de manera desesperada. El viaje los ahuyenta. El azar los fisura en pedazos de papel. Lo imprevisible avanza y se adentra en el estado eterno de la transición.
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