...en transición...

Ser anónimo en la esfera del nomadismo.

La seducción que genera lo desconocido. Desplazarse entre un lugar y otro. El cambio de territorio inyecta adrenalina en las venas. Sensaciones que se precipitan como súbitas contracciones placenteras.

Nunca sabemos lo que nos depara un viaje. Las experiencias, acontecimientos y encuentros, por ínfimos que sean, se apresuran como leves insinuaciones misteriosas. Y es en el momento que logramos descargar esa mochila de resonancias del pasado, que el viaje nos invita a dejarnos llevar. Y nos dejamos llevar...

Nos deslizamos en el eterno desplazamiento donde los extremos se despliegan de manera frenética y los estados de ánimo son absolutamente ciclotímicos. Palpamos la huida hacia un destino incierto que, por momentos se acelera y, por momentos, se aleja lentamente. Es el camino a ninguna parte, donde las decisiones adquieren un matiz clarividente.

Me pregunto si la huida nos condena a una constante esclavitud, acechada por el anhelo al nomadismo, o es, más bien, una libertad construida en nuestro imaginario.

Nos convertimos en eternos extranjeros en tierras ajenas. No sentimos la sensación de pertinencia a ningún lugar y, al mismo tiempo, una serenidad embriaga nuestros sentidos cuando presentimos formar parte del todo y de la nada. Estamos dentro y fuera.

Y cuando osamos analizar una realidad inexplicable retrocedemos en cuestión de segundos. El intento por adivinar aquello impalpable nos sumerge de nuevo en la esfera de la razón. No desistimos y reincidimos en el esfuerzo por permanecer en el estado de tránsito. Y de lo efímero hacemos vivencia eterna.

Nos abandonamos a la suerte de ser extranjeros vagabundeando entre mástiles delirantes de intuición. Y nos lanzamos, sin más, al vacío.

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